Embarazos adolescentes como consecuencia de violaciones
Un número
considerable de embarazos en la adolescencia es por violación. Bajo la
denominación de abuso sexual se incluyen: abuso deshonesto, el coito forzado y,
en algunos países, el coito entre un adulto y una menor de 12 años.
Según estudios
de la policía en países como Chile, Honduras, Nicaragua y Ecuador, aseguran que, entre el 59 y 69% de las violaciones y
entre los 43 y 93% de los abusos deshonestos, ocurren en menores de 20 años. Las
encuestas escolares en Chile, Costa Rica y Panamá, se encontró que, entre el 6,1 y 40% de las adolescentes
entre 16 y 19 años, sufrieron al menos un abuso sexual. En EE.UU. en 1998 se
comprobó que, entre el 18 y 60% de los embarazos en adolescentes, fueron producidos
por violación. Y en el mismo año, en Costa Rica, el 14% de los embarazos en
menores de 14 años, y eran producto de violaciones. Los factores asociados
revelan que un 55% de las violaciones de adolescentes son intrafamiliares
(padre, padrastro, otros parientes y conocidos de la familia)
Una de las
regiones más afectadas por este problema es Centroamérica, donde Nicaragua
encabeza la lista, ya que el 27% de las nicaragüenses que tienen entre 15 y 19
años son madres debido a una violación.
El problema mayor
de todo esto es que en muchas culturas el aborto no es legal, aunque sea por
violación. Y muchas niñas tienen que vivir toda la vida con la terrible
historia de haber sido violada y haber concebido un niño por esta violación. En
el 30% de los casos son niños poco queridos por sus madres ya que para ellas es
la representación carnal de su agresor, y les excluyen de su vida, teniéndose que
hacer cargo asuntos sociales o los propios familiares de la madre. En cambio en
países como España, Brasil y Colombia, el aborto por violación ya es legal.
Andrea Homene, autora del
libro Psicoanálisis en las trincheras. Práctica analítica y derecho penal (ed.
Letra Viva). Escribío hace un par de años en una página web, una historia
espeluznante de una niña que quería quitarse la vida porque su madre no la
quería por ser fruto de una violación:
“Yo soy eso que le pasó a mi mamá”
Madrugada de invierno en la guardia de un
hospital público. Una norma implícita dice que nadie puede mencionar que la
guardia viene tranquila, no vaya a ser que todo cambie de pronto. Cábalas de
trabajadores de la salud. Y efectivamente, luego de pensar en que tal vez la
jornada termine sin más sobresaltos se escucha la sirena de un patrullero
seguida del sonido de la ambulancia. Ingresan una camilla con una joven
adolescente, con ataduras caseras en sus muñecas. Sangra mucho, rápidamente la
ubicamos en el shock room y los cirujanos corren a atenderla. Carolina ha
intentado suicidarse. No es la primera vez, nos cuenta un familiar presa de la
angustia. Lo hace a menudo, y es probable que un día consiga quitarse la vida.
Al día siguiente, pasada la urgencia
clínica, la entrevisto. Carolina tiene 16 años. Cuenta que desde muy chica
siente muchas ganas de matarse; que desde los doce años lo intenta, y que
lamenta que esta vez la descubrieran cuando se había encerrado en el baño. Ha
probado ya distintas maneras de quitarse la vida y asegura que la próxima vez
no va a fallar. Habla de su madre: “Nunca me quiso”; “De parte de ella, sólo he
sentido odio”. No soporta la mirada de la madre, que describe como “de
desprecio”. Dice que no tiene fotos de bebé; mejor dicho, no tiene ninguna
foto. Y que, de tanto preguntarse y preguntar los motivos por los que siempre
se ha sentido sola y vacía, finalmente su madre le confesó lo que era un
secreto bien guardado pero mal disimulado: Carolina es producto de la violación
de su madre.
Un familiar cercano, ya muerto, abusó
sexualmente de la madre, a los 14 años, cuantas veces quiso, hasta que la dejó
embarazada. Su madre, continúa Carolina, no supo qué hacer. No quería tenerla,
ocultó el embarazo hasta que la panza resultó evidente. Cuando el padre de la
madre se enteró, le dio una paliza, descreyendo de lo que ella le había contado
sobre las violaciones. Después, quiso regalar a Carolina, pero no la dejaron.
Así fue como se la quedó, sin ninguna posibilidad de hacer de “eso”, producto
de la violación, una niña hija de algún deseo. “Eso.” Así es como se nombra
Carolina: “Yo soy eso que le pasó a mi mamá, y no quiero vivir más”.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación
acaba de emitir un fallo en el que admite que no sea castigada una adolescente
que había sido violada y que, como consecuencia de esa violación, quedó
embarazada y decidió abortar. Asimismo, quedan exentos de consecuencias penales
los médicos que lo practiquen, con el consentimiento otorgado por la mujer
mediante una declaración jurada, sin requerir de autorización judicial. En
otros casos, la judicialización ha derivado en la imposibilidad de consumar el
aborto, debido a que al producirse los fallos el embarazo estaba tan avanzado
que ya era imposible.
Como se ve en el caso presentado, la
violación no sólo trae consecuencias tremendas para el psiquismo de la mujer
violada: también tiene consecuencias sobre el hijo, producto de la violación,
en relación con el lugar que ha de ocupar en el deseo materno; en relación con
esas miradas, a veces odiantes, a veces despectivas, a veces hasta piadosas, de
las que el niño puede ser objeto sin saber consciente que las decodifique.
No debiera desconocerse –por respeto a la
dignidad, al deseo– que la ausencia absoluta de un deseo vital del que
sostenerse puede hacer que la vida de un niño, resultado de una violación, esté
signada por lo mortífero. Carolina lo pone en acto. Quiere matarse, no hay vida
posible para ella. Su marca de origen signa su destino y la condena a vivir con
un inmenso pesar que le resulta insoportable. Nadie quiso que ella viviera;
ella tampoco quiere. Es el recuerdo permanente del horror padecido.
El fallo de la Corte sienta las bases para
el tratamiento del aborto no punible en el Congreso. El debate está abierto,
pero resulta imprescindible oír la voz de los mudos: las mujeres violadas, los
hijos producto de esa violación, su sufrimiento, el sentimiento de culpa que
los invade, la vergüenza que sienten al contarlo, como si ellos, los hijos,
fueran responsables del acto aberrante que les dio origen.
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